martes, 14 de enero de 2014

Pamplona y Alfaro: la Virgen del Camino Real


Devoción popular
La popularidad de la Virgen del Camino fue tan grande en siglos pasados que llegó a convertirse en signo de identidad del Burgo de San Cernin y de la propia ciudad de Pamplona.
De entre quienes la cantaron, las "Sevillanas a la Virgen del Camino" (1832), de Hilarión Eslava, son, sin duda, la aportación más importante. Y más sorprendente. Os ruego a los que nunca habéis oído esta maravilla y a quienes tiempo ha que no la habéis escuchado, que pinchéis en ese enlace porque volveréis a saborear algo de lo que disfrutaron generaciones de pamploneses, tan expectantes como quienes tuvieron el privilegio de oír los conciertos gratuitos que daba Sarasate desde el balcón de su habitación en el hotel La Perla.
A lo largo de la 2ª mitad del XIX, son multitud los Gozos compuestos para ella por diferentes autores. En los compuestos por Mauricio García se daba una particularidad muy del agrado de los pamploneses: mientras el tenor cantaba, sostenía el tiple un prolongado trino, como queriendo emular el de cardelinas y canarios, colocados en la cúpula para dar mayor veracidad a la aparición de la Virgen en aquella mañana de primavera de 1487:

Si fuera jilguero,
pasaría cantando en tu asilo (1)
los días, las noches,
Virgencita sin par del Camino

(1) Yo creo que asilo se refiere, como dice una oración en el vídeo, a que ella vino a Pamplona "mendigando nuestro cariño", como a un lugar de acogida.

La devoción popular convirtió, como se ve, a la Virgen del Camino en una virgen cercana, de andar por casa, hasta el punto de dedicarle los pamploneses un apelativo que a algún mojigato le puede parecer irreverente: "La Farandulera". Dice Iribarren que en Navarra "farandulear" no es farolear (que dice el DRAE), sino holgar, juerguear, callejear... Especialmente con el significado de callejear, no es extraño el apodo, ya que, entre las idas y venidas de Alfaro y las rogativas para pedir lluvia o buen tiempo, ayuda contra la peste o la malaria.., la Virgen del Camino pasaba más tiempo en la calle que sentada en su trono.

Vivencia personal... y entrañable
S. Fermín, S. Saturnino... y la Virgen del Camino

Hace casi un año, estaba yo ingresado, bastante malico, sin saber de seguro cómo volvería a andar y, ni siquiera, si volvería a andar. Allí se me presentó Iñaki Lacunza y  me soltó que había estado la tarde anterior en San Saturnino y, aprovechando que no había nadie, le había cantado a "La Farandulera" una cancioncica (así dice él) para que yo volviera a callejear lo mismo que ella. 
¡Qué voy a deciros! Pues que me emocioné como un tonto porque me llegó al alma y, a pesar de mi agnosticismo, enseguida noté una mejoría que me ha permitido (aunque, como Lázaro: "un poco jodido, pero andó") no sólo callejear, sino juerguear ¡y hasta holgar! ¡Y no es un farol!
Ojalá este testimonio (verídico y que, además, ocurrió) sirva para que La Farandulera, además de Reina y Señora, sea por fin también Patrona (¿o, mejor, Matrona?) de Pamplona. 

Como bien suponéis, esto que viene a continuación es lo que le cantó Iñaki a la Virgen del Camino:


Nota: quiero agradecer a Silverio Hualde, viejo amigo y gran persona, su ayuda para sacar las fotos de la viga, de la Virgen del Camino... Silverio, ¡un placer!

Canción para la Virgen del Camino
(Iñaki Lacunza)
En San Saturnino una mañanita
Hace cinco siglos  algo sucedió
Que , por inaudito, nadie se explicaba,
Que al antiguo burgo mucho conmovió:
Una hermosa imagen de Santa María
Sobre un gran madero allí apareció
Y al verla las gentes sin respuesta preguntaban:
¿Es realidad o sueño, milagro o ilusión?
 Mientras, en Alfaro, una vacía ermita
Daba a los vecinos veraz explicación:
Era la figura que les fue robada,
Y prestos pidieron su devolución .
A los riojanos razón la justicia
En aquellos pleitos, dicen, concedió.
Y dejó San Cernin la pequeña talla ,
Dama misteriosa, enigmática visión.
    Mas volvió a esta iglesia después de unos días,
Al mismo madero del altar mayor.
Era su deseo en ella ser venerada
Y a su santuario nunca regresó.
 En el marco sagrado de la linda capilla
Que, al paso de los años, la ciudad le dedicó,
Bendice hoy a sus fieles, por ellos es honrada,
Corazón encendido de mariana devoción.

Virgen del Camino Reina de Pamplona
Envuelta en leyenda llegaste hasta aquí:
Para bendecirnos Señora y Patrona
Una madrugada quisiste venir
Y  los nobles muros de tu templo
Consiguieron por siempre guardar
El oculto, insondable secreto
Que tú decidiste jamás revelar
El oculto, insondable secreto
Que un día te trajo a nuestra ciudad.

Iruñería de Ignacio Baleztena
Algunos han contado la leyenda de la aparición de la Virgen del Camino. Pero, de todo lo que he leído, sin ninguna duda, la Iruñería de 1949 de Ignacio Baleztena es el menú más delicioso que he degustado. Su hijo Javier ha tenido la amabilidad de servírmelo en bandeja de plata.
Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno. En este caso, es tan bueno que, sin serlo, se hace breve. Mil gracias, Javier.
Pero sí quiero decirles a nuestros vecinos riojanos, y especialmente a los de Alfaro, que, aunque en la Leyenda de la Aparición de la Virgen del Camino se les pone bastante regular, que se lo tomen con humor, que se trata de una leyenda y que simplemente se trata de "justificar" el que la Virgen apareciera milagrosamente en Pamplona.
¡Ah! Y que recuerden que, año tras año, los de Arnedo se siguen quedando con San Cosme y San Damián y nosotros los navarros, encima, les amenizamos las fiestas.

Aparición de la Virgen del Camino

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972)

Artajona
En 1487, disfrutaba Navarra de una relativa paz. Los bandos agramonteses y beamonteses que durante tantos años ensangrentaron los campos de Navarra habían momentáneamente depuesto las armas, aunque bien se dejaba ver, que la más ligera chispa bastaría para reavivar un fuego tan sólo amortiguado.

El Conde de Lerín, jefe del bando beamontés, era en realidad el jefe y señor de Pamplona y casi toda su merindad, y sus órdenes obedecidas y respetadas, más que si emanasen de los reyes; estos, Don Juan y Doña Catalina, recién casados, se hallaban en Pau, esperando la ocasión de presentarse en Pamplona para ser reconocidos y jurados en su iglesia catedral.

Estando así las cosas, la madrugada de un día del referido año, el vecindario de Pamplona fue despertado por un estruendoso repique de todas las campanas de la parroquia de San Cernin. Las gentes saltaron de sus camas despavoridas, pues tiempos eran aquellos en que el bandear de las campanas, más era para llamar a rebatos y duelos que para anunciar glorias y alegrías.

Pero en esta ocasión, las campanas volteaban alegremente, presagiando buenas nuevas. Los ciudadanos salieron a las calles, y en busca de noticias se dirigieron a la iglesia de San Cernin de la que procedía el bullicioso campaneo.

Sucedió, que aquel día, al abrir el sacristán de par de mañana las puertas del templo, se colaron por ella discutiendo, murmurando y regañando un montón de madrugadoras mujericas beatas; pues en aquel entonces, como ahora y como lo será siempre y en todo tiempo y lugar, las devotas entran y andan por la casa del Señor, con más fueros y confianza que Pedro por la suya propia.

02.06.15. 20:00h luz natural
Al llegar junto al altar les pareció ver que sobre una viga próxima al presbiterio se destacaba un bulto extraño; la velada luz matutina que se filtraba a través de las vidrieras del ábside, no iluminaba lo suficiente para distinguir lo que pudiera ser el misterioso envoltorio. Pero, en esto, un rayo más vivo, al atravesar los pintados cristales, dio de lleno sobre un precioso simulacro de la Virgen Santísima con su Niñico en el halda, que parecía bendecir con celestial sonrisa al medrosico grupo de las viejas madrugadoras. Se prosternan de rodillas, y al intentar rezar, tan sólo saben decir y repetir:

            -¡Milagro, milagro!

El sacristán seguido de las más decididas se lanza como una exalación por la escalera de la torre y, una vez arriba, empiezan como poseídos a bandear furiosamente cuantas campanas había en ella, sin que afortunadamente aconteciera lo de la conocida canción:

 “De tanto bandearla
se rompió el badajo
y al venir abajo
hizo ¡cataplán!”

Todo Pamplona al enterarse del acontecimiento corrió a la iglesia apretujándose bajo sus naves. Todos querían adorar la imagen y besarla. La Cuenca se despobló toda rasa para venir a ver la Virgen Milagrosa; en fin, que en la capital y alrededores era optimismo, alegría y entusiasmo, cuando una numerosa cabalgata castellana de encapuchados penitentes llegó ante el portal de San Llorente y, enarbolando bandera blanca, pidieron a los guardianes licencia para entrar, pues querían ponerse al habla con las autoridades de la Ciudad. Procedía esta singular embajada de Alfaro, y la componían sus rexidores y las más destacadas personalidades civiles y eclesiásticas de la misma.

El estado de paz en que se encontraban los reinos de Navarra y Castilla, y el nada bélico atuendo de los caballeros, disipaban toda clase de recelos y las puertas de la Ciudad les fueron abiertas. Apeáronse de las cabalgaduras y, descalzándose, se dirigieron a la iglesia de San Cernin, y en ella, con grandes muestras de veneración y dando voces de arrepentimiento y dolor, adoraron la sagrada imagen.

Pidieron luego audiencia a la Ciudad, que no tardó en reunirse en su Casa de Ayuntamiento, y en ella explicaron los castellanos el objeto de su peregrinación a Pamplona.

Dijeron que desde tiempo inmemorial, la imagen de la Virgen que en la actualidad se hallaba en Pamplona había sido venerada en una ermita situada en las proximidades de la ciudad de Alfaro, junto al camino real, y hacía ya varios días había desaparecido. Que allá llegó la noticia de que algún viandante se había apoderado de ella, trayéndola a Pamplona, y que para volverla a su antigua residencia con todos los honores habían venido desde sus tierras. Los sacerdotes que formaban en la comisión aseguraron que el santo simulacro era el mismo desaparecido, y que por lo tanto, era cosa de justicia y razón que les fuera devuelto, para volver a colocarlo en el lugar donde siempre había sido venerada.

Esto de la veneración lo dijeron con cierto sonrojo, pues pública y notoria era la poca devoción que en aquella comarca se sentía por la Virgen del Camino Real, y si alguna vez alguien entraba en la ermita, tan solo era para descansar a la fresca los días calurosos o librarse de los chaparrones que pudieran cogerles en el camino.

Mucho costó convencer a los rexidores de Pamplona de la razón que pudiera asistir a los riojanos, pero al fin, para evitar mayores males, les fue entregada la imagen, y ellos, de noche, para evitar alguna agresión por parte del pueblo, salieron camino de su tierra.

Pasaron varios días en los que los pamploneses no se consolaban de lo ocurrido y hasta había quien proponía ir a Alfaro para apoderarse por la tremenda de la adorada virgencica. No hubo necesidad de llegar a esos extremos, pues una mañana, muy tempranico, volviose a oír el jolgorioso campaneo anunciador de alegrías y buenas nuevas. Nadie dudó ni un momento de cual pudieran ser sus motivos. ¡Es la virgencica que vuelve!, se oía gritar por todas partes. Las campanas de las demás parroquias unieron sus sones a las de San Cernin y, en menos que canta un gallo, todo Pamplona se arremolinó en el templo dando vivas y haciendo manifestaciones mil de regocijo al constatar que, efectivamente, allí, en lo alto de la viga, estaba la querida imagen de la Virgen, mostrando sonriente a los regocijados irunshemes a su divino hijo, que con su manita levantada parecía bendecirles.

-¡Ya pueden venir todos los ejércitos de Aragón y Castilla reunidos, que ya no se nos la llevan! Gritaban todos llenos de entusiasmo.

Pero nadie intentó hacerlo; los de Alfaro llegaron a comprender que era voluntad divina el que la imagen quedase en Pamplona, y allá, en el fondo de sus conciencias, se acusan de ser ellos la causa de este abandono, por el grande en que durante muchos años le habían tenido, y recordaban que, en cierta ocasión, ocurrió un crimen en las cercanías de la ermita, después del cual el homicida ocultó el puñal en la basílica, en la seguridad completa que no lo podrían encontrar, por la razón sencilla de que persona alguna jamás entraba en ella.

Se colocó la imagen para la adoración de los fieles en una especie de jaula o urna enrejada al lado de la viga donde hizo su aparición, pero ya entrado el siglo XVI se pensó en trasladarla a una de las capillas de la parroquia, a fin de que pudiera ser adorada con más comodidad y decoro. La capilla elegida fue la del Santo Cristo, y en ella por espacio de muchos años recibió la adoración de sus devotos. Como resultase insuficiente, dado el culto que se le tributa, se pensó seriamente en construir una nueva capilla digna de tan grande advocación; pero de esta y de las fiestas que siguieron a la inauguración de ella daremos cuenta, Deo volante, en otra ocasión".

Tiburcio de Okabio
Iruñerías
Diario de Navarra, 15-5-1949.

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