jueves, 19 de enero de 2017

Martorell: ¿el Carlismo, franquista? ¡Tururú!

De mozo o con cierta edad, siempre ofrece calidad
A quienes hemos mamado el carlismo en casa y lo hemos conocido -más conscientemente- en los años 60 y 70 nos choca y nos duele verlo etiquetado en los libros de texto como franquista. 
Si os digo que a los del Partido Comunista nos llamaban "revisionistas"...
Manolo, que lo ha vivido y conocido bien de cerca, nos lo explica con la claridad y calidad acostumbrada.

MIRADAS A LA HISTORIA El autor considera que “por simplificación o desconocimiento” se considera al carlismo como una de las familias del régimen franquista, cuando no fue “un conjunto homogéneo, un partido clásico, estructurado de forma vertical”

Manuel Martorell: Carlismo y franquismo
Hace unos años escribí para la revista Euskera, de Euskaltzaindia, un artículo biográfico sobre Antonio Arrúe intentando explicar por qué “un franquista” había sido uno de los principales promotores de la Academia de la Lengua Vasca tras la Guerra Civil. En ese trabajo recordaba el encarcelamiento de Arrúe en diciembre de 1937, entre otras razones, por organizar una solemne jura de los fueros vascos ante el Árbol de Gernika que presidió Javier de Borbón-Parma, representante de la dinastía carlista, a su vez expulsado de España por Franco ese mismo mes. 
También mencionaba la oposición de Arrúe al Decreto de Unificación, verdadera cimentación política del franquismo, su rechazo a la colaboración con el régimen, su campaña, a mediados de los 60, para derogar el decreto-castigo contra Vizcaya y Guipúzcoa por haberse mantenido fieles a la República, y su intento, junto a los navarros Auxilio Goñi y José Ángel Zubiaur, de iniciar una transición pacífica a la democracia utilizando las denominadas Cortes Trashumantes, igualmente prohibidas por el franquismo. Asimismo destacaba la reedición de Gero (siglo XVII), uno de los primeros libros en euskera, o su estrecha amistad con Koldo Mitxelena, prestigioso intelectual de orientación nacionalista. En definitiva y respondiendo a la perplejidad de quien me encargó el artículo, Arrúe sencillamente ni era ni había sido nunca franquista.
Una confusión semejante está ocurriendo, por simplificación o desconocimiento, con el conjunto del carlismo, hasta el punto de que los libros de la ESO y del Bachillerato admiten sin rechistar la tesis franquista de que el carlismo era una de las familias del régimen. Que la dictadura utilizara y manipulara su simbología o que algunos sectores del carlismo colaboraran con el régimen no quiere decir que el conjunto del movimiento legitimista, al menos la tendencia mayoritaria que se mantuvo fiel a los Borbón-Parma, fuera franquista. Este es uno de los grandes errores que se cometen en la percepción del carlismo: concebirlo como un conjunto homogéneo, como un partido clásico, estructurado de forma vertical, cuando en la práctica casi nunca ha funcionado así.
Por eso no me sorprendió encontrarme con varias estaciones rotas y embadurnadas cuando, siguiendo “el camino del Via Crucis”, ascendía a Montejurra a finales de julio para preparar, por encargo de la Dirección de Museos del Gobierno Foral, la exposición Montejurra. La Montaña Sagrada
La iniciativa de la muestra, que permanecerá abierta hasta mayo en el Museo del Carlismo de Estella, tiene su origen en la celebración del 40 aniversario de los Sucesos de Montejurra de 1976 y tiene por objeto explicar la gran importancia que este monte de Tierra Estella tiene en la historia del carlismo. Una de las virtudes de la exposición consiste en aclarar esta confusión entre carlismo y franquismo, y, por lo tanto, en contribuir a un mejor conocimiento de uno de los movimientos políticos aún vivos más antiguos del planeta.
Es cierto que la convocatoria de las primeras romerías estuvieron vinculadas a los sectores que aceptaron el régimen franquista, pero igualmente lo es que ese acto dio un giro radical, aprovechando la sustitución de las cruces de madera por las de piedra el año 1954, debido a que los llamados javieristas, opuestos a la colaboración con la dictadura, se hicieron con el control de la concentración, transformándola en un acto político. 
Momento en que José Ángel Zubiaur Alegre se dirige a sus correligionarios en la
cima de Montejurra durante la concentración celebrada el año 1954.
ARCHIVO PARTICULAR DE JOSÉ ÁNGEL ZUBIAUR
Aquel año tuvo, además, un especial significado político porque el carlismo protagonizaba un duro enfrentamiento con el gobernador civil, Luis Valero Bermejo, que quería acabar con los últimos resquicios del sistema foral [este apartado es mío: "Valero, Valero, sal un poquito al balcón; Valero, Valero, para decirte: ¡cabrón!"]. Así lo recoge fielmente el boletín clandestino El Fuerista a lo largo de todo ese año. Hubo manifestaciones, detenciones y torturas en comisaría. El Muthiko Alaiak, considerado entonces un foco javierista, fue clausurado de nuevo. De Madrid se trasladó a Pamplona un grupo especial de la Secreta y varios carlistas tuvieron que huir para no ser detenidos. Por eso tiene tanto valor la fotografía, que también se puede ver en la exposición, mostrando a un joven José Ángel Zubiaur, uno de los principales líderes de ese sector antifranquista, arengando a los concentrados en la cumbre durante el Montejurra de ese año.

Los javieristas o falcondistas ya habían protagonizado choques frontales con el régimen en plena década de los 40, como deja bien patente la “orla de honor” con las siluetas de 83 de los 200 encarcelados el 3 de diciembre de 1945. Se trata de un cuadro dibujado por Joaquín Ancín, que se reproduce en el catálogo de la muestra. 
Orla con el perfil personalizado de 83 de los carlistas que ingresaron en 
la Prisión de Pamplona debido a los incidentes del 3 de diciembre de 1945.
Imagen publicada en"Requetés" y "Retorno a la lealtad"
Tras unos años, a comienzos de los 60, en que las campas de Irache escenificaron el llamado “periodo colaboracionista” intentando aprovechar la tímida apertura de los gobiernos tecnócratas, a partir de 1966 los discursos y pancartas volvieron a exigir que Franco abandonara el poder proponiendo un sistema de corte federal como solución “al problema de España”, eufemismo con el que se referían a la continuidad del dictador. Por esta razón, una de las consignas más populares de esos años, de forma premonitoria y cuando todavía no había comenzado su largo reguero de sangre, fue la frase: “Contra ETA, fueros; no fuerza”.
Así lo destaca también la muestra de Estella, junto a la expresa prohibición de que Carlos Hugo presidiera las concentraciones de Montejurra o la expulsión definitiva de los Borbón-Parma en diciembre de 1968 por orden personal de Franco, un hecho que no solamente provocó nuevas y violentas manifestaciones sino que dejaba patente que la dictadura no tenía la menor intención de aceptar las propuestas democratizadoras del carlismo. 

Los Sucesos de Montejurra de 1976, origen y también punto final de la exposición, fueron el más claro intento de anular una alternativa territorial que podría haber evitado problemas de Estado que ahora parecen irresolubles.
Manuel Martorell es historiador y comisario de la exposición Montejurra. 
La Montaña Sagrada en el Museo del Carlismo de Estella

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